Ella...




Ella encontró la mujer que llevaba dentro, hurgó dentro de si y descubrió una mujer plena, que lavaba sus heridas en aguas de manantial desde las montañas rocosas de su ser. 

Soy mía se repetía a si misma cada vez que un amor despedía su sonrisa.

En la penumbra de la noche su rostro se iluminaba de esperanza cual si fuese un milagro de la luna a sus pies.

Recorría las calles del olvido, polvorientas de un amor olvidado por el tiempo, dando la alborada a su amor propio.

Ella palidecía al crepúsculo mientras su rostro se reflejaba en las aguas torrenciales de aquel manantial de amor olvidado por el tiempo y reencontrado ante el desamor.

Soy mía se repetía a si misma mientras hurgaba en el baúl del amor que un día olvido al amar.

Ella se reencontró a si misma al nadar en aguas torrenciales de amor fallido.

Soy mía era el reflejo que buscaba en el espejo, piel de porcelana, cabello brillante como el sol, ojos de de media luna que se rendían a la noche.

Ella se abandono en los brazos de su ser cual gorrión en su nido.

    Soy mía se repitió una vez más, mientras sus ojos se perdían a la luz de las estrellas.

Ella aprendió a salir con ella misma, aprendió a bailar descalza bajo la lluvia sin resfriarse, aprendió a brindarse una copa de vino sin derramar una gota, aprendió a disfrutar cada momento, ella aprendió el don perfecto del amor propio y sus alas renacieron.

Carmen Taveras

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